Fecha: 22-06-2017.
Comentario:
Dejamos atrás la
extraordinaria visita que pudimos hacer al Monasterio de Veruela y con el coche
ya nos íbamos a dirigir primero por una carretera un tanto estrecha y luego por pista
ancha de gravilla, en buen estado para los coches, hasta el final de la misma y
en donde estaba enclavado el Albergue Santuario de la Virgen del Moncayo.
Durante el trayecto
pude comprobar tan diferente que era esta zona de montaña a las zonas de montaña de mi Asturias
querida, zona ésta de montaña un tanto árida pese haber una buena masa forestal, por lo que por lo que descubriría en este día
tampoco es que pudiera ser en el futuro un destino montañero muy atractivo para este menda
(salvo la ruta de subida al Pico del Moncayo (2.314 m ), máxima altura del
Sistema Ibérico).
La pista de gravilla
iba a finalizar para dar paso a una pista, en peores condiciones que la
anterior, que al cabo de unos minutos nos iba a llevar hasta dicho refugio –
santuario, aparcando entonces casi al lado de la puerta del mismo.
Aquí nos posaríamos
para dar una vuelta por el pequeño entorno del mismo y para observar las vistas
que desde dicho lugar había hacia el Norte.
Vista de toda la masa
forestal desde dicho lugar con el pueblo más grande de esta parte del Moncayo,
Tarazona.
Daríamos entonces un
breve paseo hasta una ermita próxima unos 05 minutos al albergue, recogiendo
alguna piña, la cual Adela se la quedaría de recuerdo.
Dadas las horas que
eran, pasadas ya las 14h y visto el lugar en donde estábamos en esos momentos,
totalmente alejados de cualquier núcleo urbano o rural con restaurante,
decidimos quedarnos a comer en dicho lugar, el cual ofrecía un menú bastante
apetecible por unos 15 euros.
Interior del comedor,
en donde había poca gente comiendo, por lo que estuvimos muy cómodos en todo
momento.
El menú.
Los dos comensales.
Me prestaría conocer
esto de la Sierra
del Moncayo, así que tras el viaje que realizaría en solitario hacia la zona de
la ermita para pillar para el menda mis piñas correspondientes y alguna más
para Adela, ya nos dirigimos con el coche hacia cotas inferiores y guiados por
el TomTom salimos del tinglado de carreteras y carreteritas de esta parte de
Aragón y con destino a un pueblo pintoresco que también había descubierto días
atrás en casa, el pueblo de Los Fayos (569 m – 147 hab en 2016).
Lo pintoresco del pueblo
era que quedaba casi debajo mismo de las compuertas del Embalse del Val, unido
también a la protección que le daba la mole rocosa rojiza situada por detrás
del pueblo, por lo que la ubicación del mismo era de las que llamaba la
atención sin dudarlo.
Imagen del pueblo.
Iniciamos el paseo por dicho
pueblo y bajo un calor que también en esta zona se volvía sofocante. Enseguida
íbamos a dar con el primer monumento del pueblo, la Ermita de San Benito (siglo
XII), ubicada en una de las cuevas de la montaña y a la cual no pudimos
acceder.
Otro monumento del
pueblo que descubriríamos se iba a encontrar en otra de las cuevas ubicadas
sobre el pueblo, la Cueva
del Castillo de los Moros o llamada también Cueva del Caco.
Un par de imágenes de
dicha cueva.
Seguiríamos con la
vuelta por el pueblo, renunciado a subir por una de sus calles empinadas hacia
la zona superior en donde había carteles que anunciaban más cuevas y los restos
de un castillo.
El ayuntamiento del
pueblo.
La iglesia parroquial
del pueblo, dedicada a Santa María Magdalena.
Algunas casas del
pueblo y la montaña protegiéndolas.
Dado el tremendo calor
que hacía, nos daría por sentarnos en unas mesas a tomar algo, momento que nos
prestaría “por la vida” a los dos y sino a los hechos me remito.
Tras este momento de
refresco, abandonábamos el pueblo y nos íbamos a ir hasta la zona del Embalse
del Val y su presa de 78
metros de altura, pudiéndose contemplar el entorno en
donde estaba situado este pueblo de Los Fayos.
Embalse del Val.
Tras estar un pequeño
rato contemplando las vistas desde dicho la presa, pillamos el coche para ir en
busca de otra de las visitas estrella del viaje, la del pueblo de Tarazona (480
m – 10.713 hab en 2016).
Aparcamos sin problemas
y la primera vista que tuvimos del pueblo, parecía querernos indicar que no nos
habíamos equivocado al dejarnos caer por dicho lugar.
Fuimos tranquilamente
caminando por la zona del canal del río que cruzaba la localidad, el Río
Queiles, dando con unas casas pintadas de color amarillo y que tenían una
entrada hacia una zona en forma de plazoleta, así que para allá nos iríamos
para ver lo que era, dándonos de frente con la Plaza de Toros vieja, del año
1792 y en la cual habían instaladas varias gradas.
Hay que reconocer que
la plaza estaba chula, así que tras salir de ella, esta era la vista que
teníamos del pueblo o mejor dicho de su parte antigua.
Como no teníamos mucha
idea de lo que había visitar, nos fuimos directos hacia la Oficina de Turismo
para ver si nos informaban de lo que había que ver.
La tía que nos atendió,
la verdad fue rauda y veloz en sus explicaciones sobre el pueblo, señalando con
un “aquí, aquí y aquí…” mientras trazaba cruces en el mapa y apenas nos dejaba
digerir y asimilar las diversas ubicaciones de los monumentos.
Saldriamos con el
convencimiento de que si no averiguábamos nosotros por nuestra cuenta los
lugares que había que ver, la chavala no nos iba a echar una mano ya que se
puede decir que “como mucho interés” no le había puesto en las explicaciones
sobre la capital de la comarca.
Vista atrás de la
oficina de turismo y de la Iglesia de San Francisco de Asís.
Lo único que nos
indicaría la chavala fue que apenas teníamos tiempo para ver la catedral ya que
faltaba media hora para que finalizaran las visitas, así que cuando salimos de
la oficina de turismo, nos fuimos rápidamente hacia la Catedral de Tarazona,
para ver si nos daba tiempo hacer una visita tan rauda y veloz como las
explicaciones de la chavala.
Exteriores de la
Catedral de Tarazona (siglos XII – XIII).
Tras pagar 8 euros por
los dos, conseguimos entrar en este recinto religioso y teniendo muy presente
que íbamos a ir muy apurados en el tiempo para ver con tranquilidad dicha
catedral.
Algunas imágenes del
interior.
No nos daría más la
visita a esta catedral, seguramente por la rapidez de la visita, por lo que al
salir de la misma ya empezaríamos a callejear en ascenso por las calles del
casco antiguo del pueblo, llegando a la Plaza España y en donde estaba situado
el Ayuntamiento de la localidad.
De aquí seguiríamos
callejeando por estrechas callejuelas del Barrio de la Judería hasta dar con
las casas colgadas de la ciudad, resquicio de una de las tres culturas que
convivieron durante años en la ciudad.
Imágenes de esta parte
de la ciudad.
Vídeo en el Barrio de
la Judería.
Llegamos a una zona en
la que había un excepcional mirador sobre la ciudad, por lo que era inevitable
sacar las correspondientes fotos de recuerdo.
Abandonamos esta zona
alta de la ciudad para ir poco a poco progresando hacia las cotas inferiores de
la ciudad, pasando de nuevo por la zona de la Iglesia de Santa María Magdalena.
Una vez en el coche y
comentando la visita que habíamos realizado, sacaríamos la conclusión por parte
de los dos de que había sido una visita un tanto chula por una parte (algunos
monumentos y callejuelas por los que pudimos pasar) pero también encontraríamos
una ciudad más sucia de lo que pensábamos y un tanto descuidada.
Abandonaríamos
definitivamente la ciudad para tras repostar en una gasolinera, parar a comprar
algo en el Mercadona de la localidad y con la intención de conseguir algo para
cenar en la habitación del hotel, así que este iba a ser el plan para el resto
de la tarde – noche de este día.
En definitiva, día que
sobretodo pasará a nuestra historia particular con el descubrimiento y la
visita al Monasterio de Veruela, así como la breve visita al Parque Natural del
Moncayo y a su albergue – refugio.
Al día siguiente ya iba
tocar ir hasta los pueblos denominados de “Las 5 Villas”, pueblos en los que
nos íbamos a dejar caer en mayor o menor medida a excepción de uno, que fue el
que nos faltaría en el álbum para completar estas cinco villas, pero como suelo
decir, esto ya es para el siguiente post…
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